jueves, 8 de diciembre de 2016

Reflexiones sobre leer y escribir



Reflexiones sobre leer y escribir

Leer y escribir son dos acciones del ser humano que no marchan en ocasiones, indisolublemente unidas. Leer y escribir son dos construcciones sociales. Leer puede convertirse en un placer, al igual que el hábito de escribir. El periodista venezolano Francisco Delgado, “Kotepa Delgado”, titulaba su columna en el diario El Nacional, “Escribe que algo queda”, pudiendo colegirse que la escritura ya manifiesta, resulta ser un hecho que trasciende en el transcurso del tiempo. Hay personas que leen y leen mucho pero no  escriben; lo ideal, diría usted es que ambas actividades, leer y escribir, se conviertan en parte inmanente de nosotros los humanos, lo cual como se sabe, no es así. Se puede escribir mucho y tener un escaso hábito de la lectura o viceversa. Lo peor es que se lea y escriba en una mínima proporción, lo estrictamente necesario a nuestro juicio.

Según la brasileña Emilia Ferreiro, los problemas de la alfabetización comenzaron cuando se decidió que escribir no era una profesión sino una obligación y que leer no era un signo de sabiduría, sino de ciudadanía. Creo, por tanto, que leer y escribir en vez de convertirse en una obligación debería ser uno de los placeres de la vida, tal como lo afirmó Gustavo Flaubert, el autor de Madame Bovary, cuando en una epístola enviada a su amiga Leroyer de Chantepie dijo “La única manera de soportar la existencia, es aturdirse en la literatura como en una orgía perpetua”.  Decía Fernando Pessoa que escribir es olvidar y que la literatura es la manera más agradable de ignorar la vida. Y vaya cómo ignoramos la vida, cuando leemos con placer a Pessoa. 

Dentro de los autores de la literatura universal que escribieron muy poco pero su obra escrita dejó huella imperecedera, están el mexicano Juan Rulfo de quien se conocen dos obras literarias, El llano en llamas (recopilación de relatos) y su única novela Pedro Páramo, la cual fue muy elogiada por Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez. El francés Arthur Rimbaud, el del grupo de “los poetas malditos”, cuya corta obra literaria se ubica entre los 16 y 22 años de edad. Después de esa etapa de su vida, Rimbaud vivió una vida disipada que se extinguió cuando apenas tenía 37 años.

Quien escribe desea que lo lean, sin embargo ¿será siempre esa la intención? Jerome David Salinger afirmaba que le gustaba y amaba escribir pero decía “escribo solo para mí mismo y para mi propio placer”. Hay quienes escriben en un lenguaje ampuloso, sibilino que se hace incomprensible para sus lectores. Se dice, por ejemplo, que la obra del cumanés José Antonio Ramos Sucre resultaba inescrutable para los lectores de su época, a principios del siglo XX. Habrá buenos escritores y malos lectores, y malos escritores y buenos lectores. De todo hay como en botica. 

El argentino Ernesto Sábato fue Doctor de Física en 1938 y abandonó su actividad científica a los cinco años de haber obtenido el título para dedicarse, a plenitud, al placer de la literatura hasta su muerte, ya longevo, en 2011. Existen obras literarias que recogen con virtuosismo los problemas sociales, políticos o económicos de las épocas en las que han vivido sus autores: Lanzas Coloradas de Arturo Uslar Pietri, Oficina N° 1, Casas Muertas, Fiebre, Cuando quiero llorar no lloro de Miguel Otero Silva, Oliver Twist de Charles Dickens, Germinal de Emilio Zola, La Guerra y la Paz de León Tolstoi, La Cartuja de Parma y Rojo y Negro de Henri Beyle (Stendhal); Los Miserables de Víctor Hugo, son algunos ejemplos en la literatura venezolana y universal. 

En el campo académico ambas acciones, leer y escribir, más que un imperativo, forman parte de nuestras obligaciones, pero son obligaciones placenteras como pocas. Para escribir utilizamos el lenguaje con todo y sus matices. El uso de la metonimia, la sinécdoque y los eufemismos están a la orden del día, edulcoran y atenúan la rigurosidad de lo que se quiere expresar. De los eufemismos me referiré en otra oportunidad.

Concluyo estas reflexiones con palabras del portugués José Saramago, Premio Nobel de Literatura en 1998,  cuando se le preguntó por qué estuvo veinte años sin escribir:  “Sencillamente no tenía algo que decir y cuando no se tiene algo que decir, lo mejor es callar”.


Christian Colombet
Jueves, 8 de diciembre de 2016

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